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ella, es la misma, es la que yo buscaba hace años, aun sin saberlo; es la que me buscaba. Estábamos destinados uno a otro en armonía preestablecida; somos dos mónadas complementaria una de otra. La familia es la verdadera célula social. Y yo no soy más que una molécula. ¡Qué poética es la ciencia, Dios mío! ¡Madre, madre mía, aquí tienes a tu hijo; aconséjame desde el cielo! ¡Eugenia, mi Eugenia...!»

Miró a todas partes por si le miraban, pues se sorprendió abrazando al aire. Y se dijo: «El amor es un éxtasis; nos saca de nosotros mismos.»

Le volvió a la realidad –¿a la realidad?– la sonrisa de Margarita.

–¿Y qué, no hay novedad? –le preguntó Augusto.

–Ninguna, señorito. Todavía es muy pronto.

–¿No le preguntó nada al entregársela?

–Nada.

–¿Y hoy?

–Hoy, sí. Me preguntó por sus señas de usted, y si le conocía, y quién era. Me dijo que el señorito no se había acordado de poner la dirección de su casa. Y luego me dio un encargo...

–¿Un encargo? ¿Cuál? No vacile.

–Me dijo que si volvía por acá le dijese que estaba comprometida, que tiene novio.

–¿Que tiene novio?