Página:Niebla (nivola).djvu/54

Esta página no ha sido corregida

¡La Correspondencia!... ¡El vinagrero! Y luego un coche, y después un automóvil, y unos chiquillos después.

«¡Imposible! –volvió a decirse Augusto–. Esto es la vida que vuelve. Y con ella el amor... ¿Y qué es el amor? ¿No es acaso la destilación de todo esto? ¿No es el jugo del aburrimiento? Pensemos en Eugenia; la hora es propicia.»

Y cerró los ojos con el propósito de pensar en Eugenia. ¿Pensar?

Pero este pensamiento se le fue diluyendo, derritiéndosele, y al poco rato no era sino una polca. Es que un piano de manubrio se había parado al pie de la ventana de su cuarto y estaba sonando. Y el alma de Augusto repercutía notas, no pensaba.

«La esencia del mundo es musical –se dijo Augusto cuando murió la última nota del organillo–. Y mi Eugenia, ¿no es musical también? Toda ley es una ley de ritmo, y el ritmo es el amor. He aquí que la divina mañana, virginidad del día, me trae un descubrimiento: el amor es el ritmo. La ciencia del ritmo son las matemáticas; la expresión sensible del amor es la música. La expresión, no su realización; entendámonos.»

Le interrumpió un golpecito a la puerta.

–¡Adelante!

–¿Llamaba, señorito? –dijo Domingo.