He aquí un héroe!, ¡he aquí un anarquista... místico!
–¿Anarquista? –dijo Augusto.
–Anarquista, sí. Porque mi anarquismo consiste en eso, en eso precisamente, en que cada cual se sacrifique por los demás, en que uno sea feliz haciendo felices a los otros, en que...
–¡Pues bueno te pones, Fermín, cuando un día cualquiera no se te sirve la sopa sino diez minutos después de las doce!
–Bueno, es que ya sabes, Ermelinda, que mi anarquismo es teórico... me esfuerzo por llegar a la perfección, pero...
–¡Y la felicidad también es teórica! –exclamó Augusto, compungido y como quien habla consigo mismo, y luego–: He decidido sacrificarme a la felicidad de Eugenia y he pensado en un acto heroico.
–¿Cuál?
–¿No me dijo usted una vez, señora, que la casa que a Eugenia dejó su desgraciado padre...
–Sí, mi pobre hermano.
–... está gravada con una hipoteca que se lleva sus rentas todas?
–Sí, señor.
–Pues bien; ¡yo sé lo que he de hacer! –y se dirigió a la puerta.
–Pero, don Augusto...
–Augusto se siente capaz de las más heroicas