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veniente admisión. El desengaño ha sido tosco; y para no continuar siendo corporaciones de relumbrón, dos de las Academias americanas, sin ruido, cambio de notas, ni alharacas, se han declarado cesantes.

«Es empresa poco menos que imposible (dice el académico señor García Ayuso, en su discurso de incorporación) desterrar las voces que han recibido la sanción del pueblo soberano.»

Y tan fundada es la afirmación del señor García Ayuso que aunque la Academia, en la última edición de su Diccionario, ha eliminado una de las acepciones de la palabra jesuita, no por eso ha conseguido, ni conseguirá, desterrarla del uso. La razón es que el pueblo soberano no hace política cuando habla, ni entiende de contemporizaciones partidaristas.

Y ya que he citado en apoyo de mis ideas la autoridad de un académico, no quiero concluir sin copiar palabras de otro ilustradísimo lingüista, también académico de la Española, don Eduardo Benot, que en su libro Acentuación Castellana, escribe:

«La Academia tiene que obedecer á una autoridad inapelable, que es la del uso, supremo legislador en materia de lenguaje; y yo no creo que exista en la Academia autoridad bastante para dar ó quitar la ciudadanía a las voces y á las locuciones.»

VII

Eran poco más de trescientas cincuenta las palabras anotadas en mi cartera, las que intentaba ir, poco ó poco, proponiendo para discusión. Esa relación se limitaba á apuntar las voces y definirlas muy á la lijera, advirtiendo que no consideraba voz alguna que no fuera de uso generalizado en tres repúblicas, por lo menos.

Hoy, al publicarla, he añadido rápidas apreciaciones, y aun más de cuarenta vocablos, teniendo á la vista el Diccionario de chilenismos de Zorobabel Ro-