ricano sepa que, en España misma, abundan combatientes contra las intransigencias académicas:
«La lengua es un órgano viviente que evoluciona, y en cualquier momento de su historia se halla en estado de equilibrio entre dos fuerzas opuestas: —la una, conservatriz ó tradicional, y la otra revolucionaria ó innovadora. La fuerza revolucionaria, ó que obra por alteraciones fonéticas y por neologismos, es necesaria á la vida del lenguaje, para que este no muera falto de sentido y de flexibilidad. La vida del idioma consiste en el equilibrio de conservar lo antiguo que corresponda á las ideas cuyo uso sea lógico y adecuado, y de enriquecerle con nuevas significaciones, nuevas palabras y nuevos giros creados siempre conforme al genio de la lengua. Hay quienes creen que la lengua vive por sí propia, que desde que la fijaron los clásicos es perfecta per in eternum, y se les figura un sacrilegio toda innovación, y toda alteración un atentado. Y así pasan horas, y días, y años, convirtiendo el castellano de lengua viva en lengua muerta. Les sucede lo que á los romanos de la decadencia que, á fuerza de aferrarse á su latín, se les quedó una lengua litúrgica, incomprensible, en frente de las lenguas populares, fecundas y poéticas, que dieron lugar á las neo-latinas. No ven que el mundo marcha, y con él las espresiones escritas ¡Ay del que de un nombre haga un verbo, de un verbo un nombre, de un sustantivo un adjetivo! Lo tendrán esos creyentes por reo de mayor crímen que el de haber faltado á la moral ó á la conciencia. Y ¡cosa rara! por causa de esta ceguera intensa redactan diccionarios, que pretenden imponer como códigos de la lengua! Pero, contra todos estos pseudo-gramáticos, el lenguaje continúa siendo un organismo sonoro que la mente humana crea y transforma de una manera sensible é