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tica decisión, escribe incásico, en la pájina 163 del prólogo. Lástima que don Marcelino hubiera empeñosamente combatido la admisión de los verbos dictaminar y clausurar, en homenaje á la intransigencia de su españolismo!

«La ley de las mayorías ó sea el criterio democrático (dice don Nicanor Bolet Peraza) debe dominar también en la república de las letras. La soberanía de un idioma no reside sino en la totalidad misma de los que se sirven de él como de lengua propia. Las Academias equivalen á los Congresos, y deben dictar sus constituciones y leyes (digo sus diccionarios y gramáticas) teniendo en cuenta las costumbres del pueblo, el natural espíritu de progreso, y sobre todo el uso general. De lo contrario, las Academias hablarán un idioma y el pueblo otro, viniendo á parar todo en el triunfo de las mayorías habladoras.»

La Academia, con su procedimiento, ha justificado á Zahonero que, en el Congreso Literario, dijo:

«Tengamos en cuenta que el pueblo americano se ocupa de nosotros, pero que, desgraciadamente, nosotros no nos ocupamos de él; que no nos conocemos, y es necesario que nos conozcamos.»

III

Las fiestas del Centenario colombino han dado el tristísimo fruto de entibiar relaciones. Los americanos hicimos todo lo posible, en la esfera de la cordialidad, porque España, si no se unificaba con nosotros en lenguaje, por lo menos nos considerara como á los habitantes de Badajoz ó de Teruel, cuyos neologismos hallaron cabida en el Léxico. Ya que otros vínculos no nos unen, robustezcamos los del lenguaje. A eso, y nada más aspirábamos los hispanófilos del nuevo mundo; pero el rechazo sistemáti-