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los mexicanos (y no mejicanos como impone la Academia) escriben México y no Méjico, ellos, los dueños de la palabra ¿qué explicación benévola admite la negativa oficial ó académica para consignar en el Léxico voz sancionada por los nueve ó diez millones de habitantes que esa república tiene? La Academia admite provincialismos de Badajóz, Albacete, Zamora, Teruel, etc., etc., voces usadas sólo por trescientos ó cuatrocientos mil peninsulares, y es intransigente con neologismos y americanismos aceptados por más de cincuenta millones de séres que, en el mundo nuevo, nos espresamos en castellano.

«Trivial argumento es (dice Alberto Liptay en su entretenido libro La Lengua Católica) el de que los americanos no tenemos por qué afanarnos por el progreso de un lenguaje que, originalmente, no nos pertenece, como si la lengua no fuera tanto de los hijos como de los padres. Si los padres no fuesen, á veces, aventajados por los hijos, toda posibilidad de progreso sería ilusoria. Hay también que tener presente que los americanos casi triplicamos en número á los peninsulares, y que no son siempre las minorías las llamadas á imponer la ley.»

Acaso tuvo razón el ilustre argentino don Juan María Gutierrez, escritor tan culto y castizo como sus contemporáneos Bello y Pardo, cuando nombrado, casi á la vez que estos, académico correspondiente, renunció á tal honra porque, en su concepto, mal se avenía la independencia política con la subordinación á España en materia de lenguaje.

II

España nos trajo al Perú las locuciones (siempre en plural) imperio de los incas, patria de los incas, ciudad de los incas, etc., etc., y en la necesidad de