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Feb. 1827.
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NATIVOS

agua, sin la intención de robar. Uno del grupo, que parecía más que medio idiota, escupió en mi cara; pero como aparentemente no lo hizo con ira, y fue reprobado por sus compañeros, su conducta descortés fue perdonada.

Si poseían algunas pieles, las habían dejado, quizás ocultas, cerca de sus wigwams: solo unas pocas flechas, un collar de conchas, y un cintillo para la cebaza, hecho de plumas de avestruz, fueron obtenidas mediante trueque. Sus canoas eran remadas por las mujeres, ocasionalmente ayudadas por los hombres. Una o dos de las primeras eran jóvenes, y de buena presencia, pero el resto eran horribles; y todos estaban mugrientos y muy desagradables, por la cantidad de aceite de lobo marino y grasa de ballena, con la que habían cubierto sus cuerpos. Después que hubimos obtenido, por trueque, todos los artículos que ellos disponían para cambiar, les regalé gorros rojos y medallas, con los cuales estuvieron muy orgullosos; lo último que pidieron fue si podían tener un agujero perforado a través de ellas, con lo cual podrían colgarlas con un cuerda alrededor de sus cuellos. Su asombro era muy nervioso, y estuvieron muy contentos al escuchar el tictac de un reloj; pero creo que estuve muy cerca, aunque sin intención, de darles una gran ofensa, al cortar un mechón de pelo, de la cabeza de uno de los hombres. Asumiendo una mirada grave, él con mucho cuidado envolvió el pelo cortado, y se lo alcanzó a una mujer en la canoa, quien, con mucho cuidado, lo guardó en una cesta, en la cual ella mantenía sus collares y pinturas: el hombre entonces se volvió, pidiéndome, muy seriamente, que guardara las tijeras, y ante mi conformidad le devolvió el buen humor.

Las características de estas personas tenían gran semejanza con las de los indios patagones, pero como personas eran considerablemente más bajos y pequeños. La gente mayor de ambos sexos tenían una figuras horribles; los niños, sin embargo, y los jóvenes, eran bien formados, sobre todo uno de los muchachos que ellos llamaban “Yai-la-ba”, lo cual, creo, significaba un joven, o un guerrero joven. La palabra “Sherroo” era empleada para designar una canoa, o una nave.

Estaban mal vestidos, con mantos hechos de guanaco, o pieles de nutria, pero no tan cuidadosamente confeccionados como los de los Patagones.