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Ene.1827
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INDIOS PATAGONES.

su manto las mujeres llevan una especie de enagua, y los hombres una pieza triangular de cuero en lugar de pantalones de montar. Ambos sexos se sientan a horcajadas, pero las mujeres sobre un montón de pieles y mantas, cuando montan a caballo. Las monturas y los estribos utilizados por los hombres son similares a los de Buenos Aires. Los frenos, también, son generalmente de acero, pero aquellos que no pueden adquirirlos de acero tienen una especie de bridón, de madera, que deben ser, por supuesto, frecuentemente renovados. Ambos sexos usan botas, hechas de la piel de las patas traseras de los caballos, de las cuales las partes cercanas a las articulaciones sirven para los talones. Para las espuelas, usan unas piezas de madera, con puntas de fierro, que se proyectan hacia atrás unas dos o tres pulgadas a cada lado del talón, unidas atrás por una correa ancha de cuero, y fijada debajo del pie y sobre el empeine por otra correa.

Las únicas armas que observamos en estas personas eran las “boleadoras” o bolas, exactamente iguales a las que usan los indios de las pampas; pero estas están destinadas más a la caza que para el ataque o defensa. Algunas están provistas de tres bolas, pero en general sólo tienen dos. Estas bolas están hechas de pequeñas bolsas o carteras de cuero, húmedo, lleno de piritas de hierro, o alguna otra sustancia pesada, y luego son secadas. Son del tamaño de un huevo de gallina, y unidos a las extremidades de una correa, de tres o cuatro yardas de longitud. Para utilizarlas, una bola es sostenida en una mano, la otra gira varias veces alrededor de la cabeza hasta que ambas son lanzadas hacia el objetivo, que rara vez fallan. Se enrollan alrededor violentamente, y si es un animal, lo derriba. Las boleadoras, con tres bolas, se conectan entre sí del mismo modo, y se lanzan de la misma manera.

Como no disponíamos de más tiempo nos embarcamos, recordándole a los nativos, al dejarlos, su promesa de traernos un poco de carne de guanaco. Con la ayuda de la marea, las naves pasamos ciñendo la Segunda Angostura, y llegamos a un fondeadero fuera de la fuerza de la corriente, pero en una situación expuesta. El viento era muy fuerte y contra la marea, el buque se movió mucho, lo que hizo que nuestros pasajeros patagones se marearan, y lamentaran de todo corazón haberse embarcado. Uno de ellos, con lágrimas en los ojos, suplicaba que lo desembarcaran, pero pronto lo convencimos de la dificultad de cumplir,

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