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Dic.1826
BAHÍA GREGORIO - NATIVOS.

con el “Beagle” a causa del tiempo, y la fuerza de la marea; por lo tanto aprovechamos esta oportunidad para aprovisionarlo de agua, ya que le quedaba suficiente solo para dos días.

La mayor parte de este día lo pasamos en tierra, examinando el territorio y haciendo observaciones. Grandes fumarolas*[1] fueron observadas hacia el oeste. La orilla estaba sembrada de huellas de hombres y caballos, y de otros animales. Vimos zorros y avestruces; y huesos de guanacos que estaban esparcidos sobre el suelo.

El terreno en las inmediaciones de este fondeadero parecía abierto, bajo y cubierto de buen pasto. Se extiende por cinco o seis millas, con un ascenso gradual, hasta la base de una cadena de tierra de cumbres planas, cuya cima tiene cerca de mil quinientos pies sobre el nivel del mar. No se veía un árbol; sólo algunos arbustos (Berberis) interrumpían la uniformidad de la vista. El pasto parecía haber sido cultivado para los caballos o guanacos, y estaba muy intercalado con plantas de arándano, que tenían un fruto maduro y jugoso, aunque muy insípido.

Al día siguiente el viento fue demasiado fuerte y adverso como para permitirnos continuar. Temprano en la mañana un buque lobero americano, que regresaba del archipiélago Madre de Dios en dirección a las islas Malvinas, fondeó cerca de nosotros. El señor Cutler, su capitán, vino a bordo del “Adventure”, y pasó el día y la noche con nosotros, y me dio mucha información útil sobre la naturaleza de la navegación, y de los fondeaderos en el Estrecho. Me dijo que en su buque había un inglés, que era práctico en la navegación del Estrecho y que deseaba embarcarse en nuestra nave. Con mucho gusto acepté el ofrecimiento de sus servicios.

Al atardecer se observó un indio montado a caballo que paseaba de uno a otro lado de la playa, pero el tiempo me impidió enviar una embarcación hasta la mañana siguiente, cuando el teniente Cooke fue a tierra para comunicarse con él y otros indios que aparecieron, poco después del amanecer, en la playa. Al desembarcar, fue recibido por ellos sin el menor recelo. Eran ocho o diez, compuestos por un anciano y su esposa, tres hombres jóvenes, y el resto eran niños, todos montados en

  1. * columnas de humo que se elevaban de grandes fogatas