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Jun.
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COSTA NORESTE - SAN SEBASTIÁN.

Vimos humo en un solo lugar, a unas dos millas tierra adentro. En la tarde tuvimos una brisa desde la orilla, la que nos mantuvo navegando a lo largo de costa, la luna brillaba intensamente y el tiempo estaba bueno. Me quedé bastante cerca de la tierra, durante la noche, con el fin de estar cerca de la entrada del supuesto canal San Sebastián en la mañana.

"A la medianoche el cabo Santa Inés estaba a una distancia de tres a cuatro millas de nosotros, pero desde allí se veía muy poco de la tierra, hasta las tres, cerca del cabo Peñas, en que el tiempo se puso brumoso y el viento roló hacia el NE, lo que hizo que me mantuviera más lejos de la costa hasta que amaneció (9.-), cuando avanzamos en dirección a tierra. Habiendo encontrado que el cabo Santa Inés y el cabo Peñas estaban correctamente situados en la carta que usábamos, pensé que el cabo San Sebastián no tendría por que estar mal, y habíamos efectuado varias observaciones durante la primera parte de la noche para corregir nuestra estima. Nos dirigimos hacia la costa, rápidamente la profundidad del agua disminuyó, y encontramos que el oleaje en la orilla aumentaba. Habiendo llegado a lo que yo suponía era el cabo San Sebastián, y viendo desde la cofa una gran abertura hacia el norte, similar a la que figuraba en la carta, con tierras bajas aún más hacia el norte correspondiente a las orillas de la bahía "Nombre de Jesús", me dirigí hacia allá confiadamente, pensando en lo bien que las cartas habían sido levantadas, y a pesar que la sonda disminuía a medida que avanzábamos. Viendo, sin embargo, desde la cofa, los que parecían ser unos escarceos, a una distancia de dos a tres millas, llamé al contramaestre, quién había estado muchas veces entre las corrientes de marea de esta costa, para pedirle su opinión, pero antes que él pudiera subir, vi que había una costa muy baja, casi al nivel del mar, y que lo que yo había creído que eran escarceos, eran las olas en la playa. Nos detuvimos un poco más lejos donde teníamos siete brazas de agua sobre un fondo arenoso de barro negro, con trozos de pizarra negra. En ese momento, el tiempo había despejado lo suficiente como para ver la tierra quince o veinte millas a cada lado, pero nada que pareciera como una abertura, por el contrario, una planicie se extendía hacia el oeste, tan horizontal como el mar, viramos hacia el viento y nos dirigimos a lo largo de la costa SE, buscando una entrada, creyendo