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ENCONTRAMOS EQUIPOS DEL BOTE - ESCAPE DE LOS GUÍAS.

un remo, la caña del cual se había convertido en una cachiporra para focas, y la hoja en un remo. El hacha y la bolsa para las herramientas de la embarcación también fueron encontradas, lo que nos convenció que este era el lugar de los que nos habían robado el bote, y que las mujeres, en número de seis, eran sus esposas. Los hombres estaban ausentes, probablemente, en nuestra embarcación, en una expedición de caza de focas; ya que una canoa bonita y grande, hecha de madera de teca, quizás con los restos del naufragio del Saxe Cobourg, estaba tumbada en la playa sin remos ni lanzas. Ella no había llegado hasta allí sin remos; y ¿dónde estaban las lanzas de las cuales toda familia fueguina tiene un montón? Era evidente que los hombres de la partida las habían llevado en nuestro bote, y habían cortado nuestros remos como el que accidentalmente ellos habían dejado. Las mujeres comprendieron lo que nosotros queríamos, y nos hacían entusiastas señas para explicarnos donde había ido nuestro bote. No quería dañarlas, por lo que sólo nos llevamos nuestros aparejos, y al hombre joven, quien llegó de buena gana, para mostrarnos donde estaba nuestra embarcación, y, con el hombre que nos había traído hasta este lugar, se sentó en cuclillas en la embarcación, al parecer muy contento con unas ropas y gorros rojos, que les habíamos dado. Siempre nos habíamos comportado amablemente con los fueguinos dondequiera que nos encontráramos, y aún no sabía como tratarlos como lo merecían, aunque ellos nos habían robado un tesoro tan grande, de cuya recuperación o pérdida dependía en gran parte el éxito de nuestro viaje. Siguiendo las indicaciones de estos dos nativos, bogamos en contra del viento y la lluvia hasta el anochecer, cuando se hizo absolutamente necesario asegurar nuestro bote para la noche, muy cargado como estaba con trece personas. Como entonces estábamos a gran distancia del lugar, de donde trajimos a los indígenas, habiendo bogado por cuatro horas a lo largo de la costa, y como parecían estar bastante a gusto y contentos, no quise amarrar a nuestros guías como prisioneros, y les permití echarse al lado del fuego a cargo del hombre de guardia. Alrededor de una hora antes del amanecer, aunque el vigía estaba a sólo unas pocas yardas de distancia del fuego, se deslizaron en los arbustos, y como era casi de noche inmediatamente quedaron fuera de su vista. Su huida fue descubierta en seguida, pero buscarlos en la obscuridad, en un bosque espeso, habría sido inútil y además nuestros hombres estaban cansados con el trabajo del día, y querían descansar, así que