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BAHÍA DESOLACIÓN - FUEGUINOS.

bahía en la que habían muchas islas, grandes y pequeñas; y hacia el oeste era un conjunto de isla más grandes que llegaban, aparentemente, al pie de esa gran cadena de montañas cubiertas de nieve, que corre hacia el este desde el canal Bárbara, y en medio de la cual surgen orgullosas las torres del Sarmiento. Decidí rastrear los confines de la bahía, desde el oeste, hacia el norte y este, pensando que era probable que los ladrones se apresuraran en llegar a una ensenada segura, distante, en lugar de permanecer en una isla cercana, desde la cual su retirada podría ser cortada. En la noche nos encontramos con una canoa con dos fueguinos, un hombre y una mujer, que nos hicieron comprender, por señas, que varias canoas se habían ido hacia el norte. Esto aumentó nuestras esperanzas, y seguimos adelante. La mujer, recién mencionada, era la de mejor aspecto que había visto entre los fueguinos, y realmente de buena figura: su voz era agradable, y sus maneras ni sospechosas ni tímidas como los demás. Aunque joven era extremadamente gorda, haciendo honor a su dieta de lapas y choros. Tanto ella como su esposo estaban completamente desnudos. Buscamos en las ensenadas cercanas hasta que llegó llegó la noche, y nos detuvimos en un lugar protegido.

"Al día siguiente (6.-) encontramos algunos indicios más bien dudosos de los ladrones. Hacia la noche soplaba un temporal fuerte, con ráfagas de granizo y lluvia.

"El día 7.- , en un lugar a más de treinta millas al ENE del cabo Desolación, nos encontramos con una familia nativa, y buscando en sus dos canoas encontramos la linea del escandallo de nuestro bote. Esto fue un verdadero premio, inmediatamente llevamos al hombre que la tenía hasta nuestra embarcación, haciéndole comprender que debería mostrarnos donde estaba la gente de quien la había conseguido. Entendió bastante bien el sentido de nuestra pregunta, y siguiendo sus orientaciones llegamos esa tarde a una ensenada, en la que había dos canoas llenas de mujeres y niños, pero sólo un hombre ya de edad, y un muchacho de diecisiete o dieciocho años. Como de costumbre con los fueguinos, en cuanto nos percibieron todos huyeron a los matorrales, llevándose la mayor cantidad posible de sus bienes - volviendo otra vez desnudos, y amontonándose en un rincón. Después de una búsqueda minuciosa, encontramos algunos aparejos de la embarcación, parte de su vela, y