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CANASTA - SR. MURRAY.

se detuvieron el primer día. Sus provisiones estaban todas consumidas, dos tercios habían sido robadas con el bote, y el regreso de los nativos, para saquearlos, y quizás matarlos, era esperado diariamente.

"La canasta, no la puedo llamar una canoa, dejó el cabo (ahora doblemente merecedor de su nombre) temprano en la mañana del 4, y avanzó lenta y pesadamente entre las islas, los hombres tenían solo una galleta cada uno con ellos. Bogaron todo el día, y la noche siguiente, hasta las dos de esta mañana (5.-), cuando pasaban por la ensenada en que estaba el barco, oyeron los ladridos de uno de nuestros perros, encontrando el camino hacia nosotros estando completamente rendidos por la fatiga y el hambre. Ni un momento se perdió, mi bote fue preparado inmediatamente y partí aceleradamente con provisiones para quince días para once hombres, con la intención de socorrer al oficial de navegación, y luego ir a buscar la embarcación robada. El tiempo estaba lluvioso, y el viento regular y con chubascos, pero a las once llegué a la ensenada, habiendo pasado por el lado del mar del cabo, y ahí encontré al Sr. Murray preocupado, pero dubitativo, esperando mi llegada. Mi primer objetivo, después de preguntar como estaba el asunto, fue escudriñar minuciosamente el lugar donde el bote había sido amarrado ( porque no podía creer que había sido robado) pero pronto me convencí que había estado bien amarrado en un lugar totalmente seguro, y que debía, en efecto, haber sido llevado, justo antes del amanecer, por los nativos. Su mástil y velas y parte de las provisiones estaban en él, pero las ropas de los hombres y los instrumentos afortunadamente habían sido desembarcados. Era costumbre normal con nuestras embarcaciones, que cuando estuvieran fuera del buque, mantener una guardia durante la noche; pero este lugar parecía tan aislado y desolado, que tal precaución no pareció necesaria. Si yo hubiese estado con el bote, lo habría probablemente perdido de la misma manera; porque yo solamente colocaba guardia cuando pensaba que era necesario, pues no deseaba hostigar a la tripulación del bote innecesariamente, y en esta isla expuesta y azotada por la mar, no habría sospechado que se podían encontrar indios. Parecía que un grupo de ellos estaban viviendo en dos chozas, en una pequeña ensenada cerca de una milla de donde se encontraba el bote, y debieron ver su llegada;