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Nov. 1826.
PUERTO SANTA ELENA

Nuestro rumbo fue por lo tanto al sur, y en la latitud 45° sur, unas pocas leguas al norte de puerto Santa Elena, vimos por primera vez la costa de la Patagonia. Tenía la intención de visitar ese puerto, y, el día 28, fondeamos, y desembarcamos allí.

Los marinos deberían tener presente que el conocimiento de la marea tiene especial importancia en y cerca del puerto Santa Elena. Durante una calma fuimos llevados por ella hacia los arrecifes que bordean la costa, y nos vimos obligados a fondear hasta que se levantó una brisa.

La costa a lo largo de la cual habíamos pasado, desde punta Lobos hasta el punto al noreste de puerto Santa Elena, parecía ser seca y carente de vegetación. No había árboles, la tierra parecía ser una larga extensión de una ondulante llanura, más allá de la cual habían colinas altas, de cumbres planas y de carácter rocoso, escarpado. La costa estaba conformada por arrecifes rocosos que se extiendían hasta dos o tres millas de la marca de la alta marea, los cuales, cuando la marea bajó, quedaron secos, y en muchos lugares estaban cubiertos de lobos marinos.

Tan pronto como aseguramos las naves, el comandante Stokes me acompañó a tierra para seleccionar un lugar para nuestras observaciones. Encontramos el punto que los astrónomos españoles de la expedición de Malaspina (en 1798) utilizaron como observatorio, el más conveniente para nuestro propósito. Está cerca de una playa muy empinada (de piedra) en la parte posterior de un llamativo saliente rocoso de color rojo que termina en una pequeña bahía, en el lado occidental, al comienzo del puerto. Los restos de un naufragio, que resultó ser de un ballenero estadounidense, el “Decatur” de Nueva York, fueron encontrados en el extremo del mismo lugar, fue arrastrado hasta la playa desde su fondeadero por un temporal.

La vista de los restos del naufragio, y la pendiente de la playa de guijarros que acabamos de describir, evidentemente causada por la frecuente acción de una mar gruesa, no produjo un opinión favorable de la seguridad del puerto, pero como no era la época de los temporales del este, únicos a los cuales el fondeadero está expuesto, y como las apariencias indicaban un viento del oeste, no presagiábamos peligro.

Cuando regresábamos a bordo, el viento soplaba tan fuerte que tuvimos mucha dificultad para llegar a los buques y las embarcaciones fueron prontamente izadas, y cada cosa