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Jun. 1829.
MONTE DE LA CRUZ.

tan empinada y resbaladiza era la cumbre, que nos vimos obligados de ir , con nuestras manos y rodillas, forzándolas dentro de la nieve lo más posible, para evitar resbalarnos hacia abajo nuevamente. El punto más alto no es visible desde caleta Gallant.

“Mientras yo tomaba ángulos con el teodolito, los marineros hicieron una fogata. Fue bueno que lleváramos algo de combustible y una caja de yescas, con una lámina de cobre, sobre la cual encenderlo, ya que sin el fuego habríamos estado bastante entumecidos. Estar parado en un lugar por dos horas, después de haber calentado por el esfuerzo, nos hace más sensibles al frío. El punto más alto apenas tiene una pocas yardas de ancho, y por medición barométrica está a 2.280 pies sobre el mar. * (Por medición angular se encontró que era de 2.270 pies). La altura es, en verdad, pequeña, pero como el cerro es tan empinado, y se levanta tan abruptamente desde el mar, parece considerable.

“Cuando terminamos nuestras observaciones con el barómetro y el teodolito, depositamos un testimonio, que contenía una lista de los oficiales y tripulación del Beagle y del Adelaide – un relato sobre el objeto de su viaje, cuan lejos habían alcanzado, y hacia donde estábamos yendo – y una colección de monedas, dentro de una caja de lata bien soldada – sobre una roca desnuda, y colocamos un gran montón de piedras sobre él.

“Habiendo nuevamente examinado el barómetro, comenzamos el descenso; ya que el sol estaba desapareciendo detrás de las distantes montañas, advirtiéndonos de que era hora de regresar. Habíamos disfrutado de una magnífica vista de todos los lados, y estábamos renuentes en dejar nuestra estación. En el descenso, hicimos al principio un rápido progreso, deslizándonos varias yardas seguidas hacia abajo sobre la nieve blanda; pero, en el momento que llegamos a la parte boscosa, se estaba oscureciendo, y como tontamente habíamos tratado de regresar por la linea recta, en lugar de ir rodeando, encontramos empinados acantilados, y quebradas cubiertas con árboles podridos, que nos confundían en extremo. La oscuridad, y la nieve profunda, aumentaba mucho nuestro dilema, aunque no podíamos resistir reírnos a carcajadas de los absurdos líos en que algunos del grupo se metían: un hombre estaba casi de cabeza, mirando un camino para descender por un lugar empinado, cuando la nieve se deslizó bajo de él, y se fue abajo, casi ochenta pies, en parte deslizándose,