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Abr. 1829.
CHANTICLEER - CABO DE HORNOS.

Por la medida angular de su altitud, y la distancia dada por la carta, su altura debe ser cercana a los cinco mil pies, y la altura media de todas las montañas vecinas de tres mil.

Un temporal del sur-oeste se levantó, y atrasó nuestra llegada al cabo de Hornos hasta el 16, cuando fondeamos a la entrada de caleta Saint Martin y encontramos al Chanticleer amarrado dentro. Una embarcación poco después llegó con la información de bienvenida de que todos estaban bien a bordo de ella. No fuimos capaces de movernos con espías dentro de la caleta hasta el día siguiente, y al hacerlo encontramos muchas dificultades, debido a la violencia de las ráfagas, que nos obligaban repetidamente a lascar los calabrotes rápidamente, si no los habrían llevados.

El Adventure estaba amarrado en diecisiete brazas, cerca de un cable del punto verde bajo del lado sur: y el Chanticleer estaba en diez brazas cerca del comienzo de la caleta. La cumbre del cabo de Hornos estaba en linea con el punto sur de la entrada, estábamos bien rodeados de tierra, y perfectamente protegidos de todos los vientos, exceptuando los williwaws, o las ráfagas furiosas que bajaban de las tierras altas, que de repente golpeaban la nave, y la tiraban sobre su costado, pero como era de duración momentánea como repentina era su aproximación, los encontrábamos más desagradables que peligrosos.

Durante nuestra estada aquí hice el levantamiento parcial de la bahía San Francisco, que desde entonces ha sido terminada por el comandante Fitz Roy. La caleta San Joaquín, hacia el sur de caleta Saint Martin, está más expuesta que esta última, pero es de profundidades más fáciles. Estas caletas están separadas una de otra por una empinadas y escarpadas masa de cerros de jade, que en muchas partes parecen estar estratificados, con una inclinación hacia el oeste, en un ángulo de 40°. Desembarqué en el lugar, y ascendí el cerro, lo cual encontré más difícil de hacer que lo que había supuesto, toda la superficie está cubierta con ramas enanas de hayas, tan densamente enmarañadas o entrelazadas, que me vi obligado a caminar o gatear por encima. Entre ellas se veían ocasionalmente la ilicifolia berberis y verónica, esta última de tamaño muy pequeño. Otro día, el teniente Kendall, del Chanticleer, me acompañó