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Mar. 1829.
FUEGO - GUANACOS.

suponiendo que podría estar en peligro, si no era una del Adelaide, encendió un fuego para atraer su atención. Como el pasto estaba muy seco, ardió violentamente, y se extendió rápidamente alrededor, aunque sin el temor emocionante de que nos pudiese hacer algún daño; pero a la mañana siguiente las llamas se observaban en la cima de las colinas, detrás del valle en que nuestra carpa había sido instalada, se envió una embarcación para salvarla, y sacar los instrumentos. Nuestros hombres recién habían dejado la nave, cuando, fueron abanicados por una brisa de tierra que se levantó con el sol, las llamas volaron con rapidez, descendiendo por el valle y antes que el bote llegara a la costa, habían consumido hasta el último vestigio de la carpa y varios artículos de menor importancia. El sextante y el horizonte artificial, que estaban en el suelo, escaparon de la destrucción, y la aguja magnética había sido afortunadamente llevada a bordo. Antes que el fuego se consumiera , todo el territorio por unas quince o veinte millas a la redonda había sido completamente arrasado, por lo que toda esperanza de conseguir guanacos estaba destruida. Antes del incendio, el Sr. Tarn había derribado uno, pero como era joven, la res muerta sólo pesaba cien libras, y apenas valía la pena el trabajo de trasladarla quince millas; sin embargo, como una diversión para la gente, envié una grupo para traerla a bordo, y resultó suficiente para proporcionar una comida fresca para toda la tripulación.

Habíamos visto varios rebaños dentro de cuatro millas del buque antes del incendio; pero el terreno estaba tan nivelado y abierto, que estos asustadizos animales eran siempre advertidos del acercamiento de nuestra gente por sus vigilantes exploradores. Tan vigilantes y atentos es la vigilancia en su puesto, que nunca bajan la cabeza aun para comer, y es solo con la más grande astucia y cuidado que un hombre puede acercarse a la manada. La mejor manera es, permanecer disimulado cerca de los pozos de agua, y esperar que vengan a beber. Un pequeño arroyo de agua dulce escurría sobre la playa hasta la bahía, bordeado por trozos de pasto que el fuego había prescindido, donde una vez se había observado a un guanaco bebiendo, pusimos una guardia; pero si los animales estaban conscientes de ello o no , ninguno vino hasta la mañana en que zarpamos, cuando una pequeña manada se acercó al lugar sin preocuparse, por lo que no hubo duda que primero comprobaron que no había peligro.