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May. 1828.
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ISTHMUS - MAR DEL SUR - C. RAPER.

las hojas en reposo, combinado con la quietud del entorno le daban a la escena un aire excepcional de un tranquilo reposo. Llegamos a la extremidad de la entrada, que determinamos que estaba alrededor de seis millas de su boca, y pensando que era la costa interior de un istmo, no muy ancho, la curiosidad nos llevó a intentar ver su costa exterior: así es que aseguramos el bote, y acompañados por cinco hombres de la dotación del bote, con hachas y cuchillos para abrirnos camino, y marcar los árboles para guiarnos en nuestro camino de regreso, nos sumergimos en el bosque, que era apenas permeable a causa de su crecimiento enmarañado, y las obstrucciones que presentaban los troncos y las ramas de los árboles caídos.

“Nuestra única guía era una mirada ocasional, desde lo alto de un árbol, de las cimas de las montañas, por las cuales nos habíamos guiado en nuestra navegación. Sin embargo, las dos horas de este tipo de trabajo fueron recompensadas al encontrarnos a la vista del gran Mar del Sur. Sería un vano intento tratar de describir adecuadamente el contraste entre la última escena quieta exhibida con la vista que tuvimos al salir de este oscuro bosque. La cala donde dejamos nuestra embarcación se parecía a un lago de montaña calmado y aislado, sin una ondulación en sus aguas: la playa en la cual estábamos parados era la de una horrible costa rodeada de rocas, azotada por el oleaje terrible de un océano ilimitado, impulsado por vientos casi incesantes del oeste.

“Nuestra vista de la costa estaba limitada en cada lado por promontorios montañosos rocosos: el de más al norte, que llamé cabo Raper, eran rocas y rompientes, que extendían cerca de una milla hacia el mar. Habiendo tomado las pocas demarcaciones que nuestra ubicación nos permitieron, volvimos sobre nuestros pasos hacia el bote, y con la ayuda de las marcas que habíamos dejado en los árboles, lo alcanzamos en una hora y cuarenta y tres minutos.

“Algunos de los árboles de haya de este bosque eran de quince pies de circunferencia; y no vi ninguna diferencia en su tipo de los que ya habíamos visto en puerto Otway. Unos pocos reyezuelos fueron los únicos seres vivos que vimos; ni siquiera un insecto fue encontrado durante nuestra caminata, en el fondo de algunos de los arroyos que cruzaban el bosque había una arena particularmente brillante, la que tenía mucha apariencia de oro, por lo que algunos de nuestra gente llevaron