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Jul. 1828.
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REGRESO DEL BEAGLE.

privaciones que los oficiales y tripulación bajo su mando habían sufrido; quedé alarmado por el tono de desaliento de su conversación. Me dijo que el Beagle había subido la costa oeste tan arriba como hasta el cabo Tres Montes, en latitud 47°, había levantado el golfo de Penas y otras partes de la costa, particularmente puerto Henry, en el cabo Tres Puntas, la entrada del golfo Trinidad, puerto Santa Bárbara, en el extremo norte de la isla Campana.

Durante el levantamiento del golfo de Penas habían experimentado un clima muy severo, tanto tormentoso como húmedo, durante el cual la dotación del Beagle fue empleada sin cesar, y había consecuentemente sufrido mucho. El comandante Stokes parecía no haber descansado el mismo. Parecía muy contento por mi visita, y antes de que nos separáramos recuperó por un tiempo su energía habitual, detallando las circunstancias del viaje, y charlando sobre el plan de nuestras operaciones futuras con bastante animación.

El regreso del Beagle alegró a nuestra tripulación, y el 30 el Adelaide regresó, con una gran cantidad de carne de guanaco, que había sido adquirida de los indios patagones en puerto Peckett.

Cuando el Adelaide fondeó allá, cerca de treinta nativos aparecieron en la orilla. El Sr. Tarn desembarcó, y les comunicó nuestras necesidades, diciéndoles que el daría tabaco y cuchillos por tanta carne de guanaco como ellos pudieran obtener; con ellos estaba el fueguino, que parecía ser el hombre destacado, y había llegado a ser uno de los más activos del grupo. Él era el vocero principal, y al comenzar la caza apuntó hacia la nieve sobre el terreno, y la llamó “bueno”, porque mostraría las huellas de los animales, y la dirección que habían tomado. El Sr. Wickham así me describió la forma en que ellos cazaban: Dos hombres subían una colina, colocándose uno en cada extremo de la cima, y se mantenían inmóviles por algún tiempo, observando. Tan pronto como un guanaco era visto, su posición y movimientos eran comunicados, mediante señas, a los hombres en el valle, los que así podían acercarse a su caza sin que se diera cuenta. Los guanacos eran cazados con las boleadoras, que se enredaban en sus piernas y los derribaban. Tan pronto como son matados,