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Jul. 1828.
EL ADELAIDE ENVIADO POR CARNE.

aunque se habían tomado todas las precauciones, y la atención posterior prestada a su dieta, no son fáciles de explicar: provisiones frescas, pan horneado a bordo, encurtidos, arándanos, gran cantidad de apio silvestre, conservas de carne y sopas, habían sido abundantemente suministradas; las cubiertas fueron mantenidas bien ventiladas, secas, y cálidas, pero todo fue inútil; estas precauciones, quizás, detuvieron la enfermedad por un tiempo, pero no la impidieron, como se esperaba.

El Adelaide zarpó el 16 de julio, con todas las perspectivas de buen tiempo. Esa misma tarde, una goleta lobera americana fondeó cerca nuestro, en su navegación hacia Staten Land. Había entrado al Estrecho por los canales Cutler y Smyth, y en cuarenta y ocho horas llegado a puerto del Hambre. Después de obtener una ayuda insignificante de nuestra fragua, zarpó.

El día 25, tres nuevos casos de escorbuto aparecieron, uno fue el ayudante de cirujano, lo que aumentó la lista de enfermos a catorce. Sintiendo la necesidad de hacer algo, ordené que la tripulación fuese activada, y “¡preparar el buque para la mar!” Tan pronto como las palabras salieron de los labios del contramaestre, todo fue vida, energía y alegría. Los preparativos preliminares fueron hechos, y cada uno esperaba con placer el cambio, excepto yo. Yo había esperado pasar los doce meses en puerto del Hambre, con la intención de completar un diario meteorológico, para lo cual este lugar ofrecía ventajas propias. Mi plan era, al regreso del Beagle, despacharlo a él y la goleta a lo largo de las costa oeste, y unirme a ellos con el Adventure en Chiloé.

Como nuestra partida ahora estaba supeditada al arribo del Beagle, todos los ojos estaban puestos en el Estrecho mirando por él, y todas las mañanas uno de nuestro equipo subía a las alturas, para mirar. El 27 fue visto, haciendo bordadas desde el sur, pero como tenía el viento en contra, no fondeó en la bahía hasta la tarde. Su regreso fue recibido con tres calurosos vítores, pero cuando pasó por mi popa, el teniente Skyring me informó que el comandante Stokes estaba confinado en su camarote por enfermedad, y no podría presentarse ante mí. Por lo tanto fui al Beagle, y encontré que el comandante Stokes se veía muy enfermo, y con la moral baja. Me manifestó que estaba muy angustiado por las