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Jun. 1828.
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INDIOS CRUZAN EL ESTRECHO

El 21 de junio, después de un fuerte vendaval del noreste, tuvimos un día excepcionalmente bueno. Los cerros del fondo del canal Magdalena estaban más definidas como nunca los habíamos visto, y el monte Sarmiento estaba particularmente claro; de hecho su contorno estaba tan claramente definido, que la distancia no parecía ser más de diez millas. Esta extraordinaria transparencia del aire al comienzo fue considerada un presagio de tiempo húmedo, ya que la apariencia clara y nítida de la tierra lejana era diferente de aquella que generalmente precede a la caída de la lluvia. La larga serie de tiempo lluvioso que habíamos experimentado nos hizo esperar un buen resultado de tan inusual atmósfera, y no fuimos defraudados. Al día siguiente nuestras esperanzas fueron confirmadas aún más al ver tres canoas indígenas, que venían a través del Estrecho, hacia nosotros, desde bahía Lomas, lo que ellos no habrían intentado hacer si no hubiesen estado seguros de que el buen tiempo continuaría; porque sus canoas están mal adaptadas para enfrentar la mar corta y cruzada que se encuentra durante los malos tiempos a medio canal del Estrecho.

Aunque la presencia de los nativos en general no me gustaba, porque naturalmente ponía fin a todo trabajo; sin embargo, en esta ocasión fue agradable, pues tendía en alguna medida a animar la forma monótona en la cual pasábamos nuestros días.

Al llegar a la bahía, los indios no se acercaron al buque, pero remaron dentro de las caletas de punta Santa Ana, donde nuestros botes estaban haciendo aguada. El Sr. Graves fue hacia ellos, para prevenir algún mal, y encontró que era la misma gente que nos había visitado antes. Cuando nuestros botes regresaron, ellos remaron hacia los wigwams que se encontraban al comienzo del puerto, cerca de un cuarto de milla más allá de nuestras carpas, y comenzaron a repararlos, y a la puesta del sol estaban instalados y protegidos para pasar la noche. Habíamos, sin embargo, recientemente experimentado su disposición traicionera, que no tuvimos confianza en su apariencia. Centinelas fueron apostados en las carpas, para dar la alarma, si cualesquiera se acercaba; y a las ocho una descarga de fusilería fue disparada, como medida de intimidación, y grabar en ellos la idea de que manteníamos vigilancia sobre sus movimientos, y que estábamos preparados.

Mientras estaban reparando los wigwams, algunos indios visitaron nuestras carpas, pero no se les permitió traspasar una cuerda