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Abr. 1828.
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CANOAS FUEGUINAS.

madre, aparentemente de alrededor de dieciséis años de edad, estaba siempre ocupada trabajo laborioso de remar en la canoa. El niño estaba asegurado en el regazo de su madre, con su cabeza en el pecho, por un manto, el cual se estiraba con fuerza alrededor de ambos madre y niño. Sus canoas eran similares a aquellas de la parte oriental del Estrecho, cerca de diez pies de largo, soportando cuatro o cinco personas adultas y dos o tres niños, además de sus perros, implementos, y armas; estaban formadas de corteza, y mantenidas en forma mediante un soporte en cruz de madera que se asegura a la borda, la cual está alineada por un largo y delgado palo. Están divididas en tres compartimentos , el primero que ocupa aproximadamente un tercio del largo, contiene las lanzas, colocadas listas para uso inmediato; en el segundo están las personas mayores, con el fuego entre ellas, los hombres sentados el fuego y las lanzas, listos para usarlas en cuanto se aproximen lobos o delfines; en el lado opuesto del fuego estan sentadas las mujeres que reman la canoa, a las cuales los hombres a veces ayudan, cuando un larga expedición lo hacen necesario. Detrás de las mujeres, en la tercera división, están los niños mayores y los perros, los niños más jóvenes están generalmente acomodados en el regazo de las mujeres, buscando el calor mutuo. El fuego se hace sobre una capa de arcilla, de varias pulgadas de espesor, en el fondo de la canoa; y sobre el fuego, a través de la borda, yacen varias piezas de madera a medio quemar, para combustible.

Durante nuestra comunicación con estos visitantes se comportaron pacíficamente, y no hicieron intento de robar, aunque hubo algunas pequeñas picardías efectuadas por ellos en el trueque. Uno de los hombres habiendo separado todos sus bienes disponibles, ofreció una de sus hijas, una delgada niña de catorce o quince años, como una bagatela, y, al ser rechazado, llegó a ser insistente y pertinaz en cerrar el negocio en el precio que se le había ofrecido en broma; no sin dificultad fue convencido de que no era en serio. Eran tan pobres como el resto de sus compatriotas, muy mal vestidos, y poseían pocas pieles para trocar. Dos de ellos intercambiaron sus mantos de piel de nutria por camisetas de algodón, las cuales continuaron usando sin quejarse del frío.