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Ene. 1828.
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BAHÍA GREGORIO - VISTA.

para salvar su ancla y cable, probablemente nunca la habríamos visto de nuevo.

La mañana siguiente, después de hacer bordadas hacia barlovento, ambas naves fondearon en bahía Gregorio. No había indios en la vecindad, o habríamos visto sus fogatas. En la tarde el viento disminuyó, y como había todas las apariencias de buen tiempo, me quedé para levantar la costa.

En la cumbre del terreno, cerca de media milla al norte del extremo del cabo, mientras el teniente Graves y yo estábamos tomando demarcaciones y haciendo observaciones, dos guanacos se acercaron y se pusieron a relinchar hacia nosotros; la observación, sin embargo, era más importante, y como no fueron alterados, se quedaron mirándonos por algunos minutos antes de que se alarmaran y se dieran a la fuga.

El teniente Wickham y el Sr. Tarn hicieron una excursión a la cima de Table Land, previamente descrita como que se extiende desde las tierras bajas detrás de la Segunda Angostura hacia el NE, en dirección a monte Aymond, y su fatigoso caminar fue recompensado ampliamente, con el termómetro en 81°, por una magnífica vista: el cabo Posesión hacia el este, y hacia el sur las montañas cercanas al monte Tarn, distante ochenta millas, que se distinguía claramente. La vista hacia el oeste, se extendía sobre una gran extensión de llanuras herbosas, que estaban limitadas por altas cadenas de montañas cubiertas de nieve; pero hacia el norte estaba interceptada por otra cumbre de la montaña sobre la cual se encontraban. El terreno sobre el que pasaron estaba cubierto de pasto corto, a través del cual ocasionalmente sobresalía una masa de granito. No observaron ni árboles ni arbustos, exceptuando unas pocas plantas herbáceas y calafate; un ganso, algunos patos, serpientes y chorlitos fueron cazados; y guanacos fueron vistos a la distancia, pero no avestruces, y no encontraron indios. Grandes fogatas fueron, sin embargo, encendidas en ambas orillas del Estrecho, en respuesta a las fogatas que ellos hicieron para cocinar. Como consecuencia de que aquellas en la costa patagónica aparecían muy cerca de nosotros, esperábamos la visita de los nativos antes del anochecer, pero nadie hizo su aparición.

A la mañana siguiente, el Sr. Graves me acompañó en un bote a una