Página:Narrative of the surveying voyages of His Majesty's Ships Adventure and Beagle between the years 1826 and 1836.djvu/152

Esta página no ha sido corregida
104
1827.
FUEGUINOS - LOS BUQUES ZARPAN.

del día siguiente. María colocó dentro del bote, después de mi rechazo de dejarla ir a bordo a pasar la noche, dos bolsas, pidiéndome que le enviara harina y azúcar. Ella fue la más pertinaz por aguardiente, a lo cual, sin embargo, me negué. Su grito constante era “Es muy bueno estar borracha; me gusta mucho beber; el ron es muy bueno – ¿Dame un poco?” (Muy bueno es boracho, mucho mi gusta, mucho mi gusta de beber, muy bueno es aqua ardiente – Da me no más?).

Entre ellos había un indio fueguino; pero no pereció claro si estaba viviendo con ellos permanentemente, o sólo de visita. Algunos pensamos entender el relato de uno de los patragones, que parecía ser el más interesado en él, contó, que el capitán de un barco lobero lo había dejado entre ellos. Lo reconocimos al instante por su apariencia comparativamente escuálida y diminuta, y nuestras creencias fueron confirmadas por su reconocimiento de las palabras “Hosay y Sherroo”. La palabra en patagón para un barco es “carro grande”, y para un bote es “carro chico”, una mezcla propia y de la lengua española. Todo lo que pude entender de su historia fue, que él era el cacique de una tribu indígena lejana: evidentemente era un gran preferido, y si bien María hablaba generalmente con gran desprecio de los indios fueguinos, ella había patrocinado a este extranjero, ya que vivía en su toldo, y compartía todos los regalos que le hicieron a ella.

A la mañana siguiente llovió mucho, y sopló un temporal, del oeste, por lo que habría sido peligroso enviar un bote a tierra: por lo que me ví obligado a virar sin enviarle las cosas que le había prometido. Después que estábamos navegando, el tiempo aclaró parcialmente, cuando vi a María en la playa, montada en su caballo blanco, con otros que miraban nuestra partida, y cuando fue evidente que realmente nos estábamos yendo, cabalgó lentamente de regreso a su toldo, sin duda considerablemente molesta. Me dio mucha pena tratarlos de esta manera, pues su conducta hacia nosotros había sido abierta y amistosa. Todo lo que podía esperar hacer, para desagraviarla, era darle algo de valor a mi regreso.

Nos dirigimos a bahía San Felipe, acompañados por