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May. 1827.
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NIÑOS - AGRADECIMIENTO.

aquellos de las fueguinas, quienes, exceptuando la caza y la guerra, hacen todo lo demás. Reman en las canoas, bucean por las conchas y huevos de mar, construyen sus wigwams, y mantienen el fuego; y si descuidan cualquiera de estas tareas, o provocan el disgusto de sus maridos de cualquier manera, son golpeadas o pateadas severamente. Byron, en su relato sobre la pérdida de la Wager, describe la brutal conducta de uno de estos indios, que en realidad mató a su hijo por una falta sin importancia. Los patagones están fervientemente unidos con su prole. En la infancia son llevados a la espalda de la madre en una silla, una especie de cuna, en la cual son fijados de forma segura. La cuna está hecha de mimbre, de unos cuatro pies de largo por un pie de ancho, techada con ramitas como el marco de una carreta inclinada. El niño es envuelto en pieles, con el pelaje hacia dentro o hacia afuera de acuerdo con el tiempo. En la noche, o cuando llueve, la cuna es cubierta con una piel que efectivamente la aisla del frío y de la lluvia. Viendo una de estas cunas cerca de una mujer, comencé a hacer un esbozo de ella, ante lo cual la madre llamó al padre, quien me miraba muy atentamente, y mantuvo la cuna en la posición que yo consideraba como la más favorable para mi esbozo. La terminación del dibujo les dio a ambos mucho agrado, y durante la tarde el padre me recordó repetidamente que había pintado a su hijo (“pintado su hijo”).

Una circunstancia digna de reconocer, como una prueba de sus buenos sentimientos hacia nosotros. Deberá recordarse que tres indios, del grupo con quienes primero nos comunicamos, nos acompañaron tan lejos como cabo Negro, donde ellos desembarcaron. Tras nuestra llegada en esta oportunidad, me encontré, con uno de ellos, que me preguntó por mi hijo, con quien había hecho gran amistad; luego de decirle que estaba a bordo, el nativo me regaló un manojo de nueve plumas de avestruz, y después les entregó un regalo similar a cada uno en la embarcación. Todavía llevaba una gran cantidad debajo de su brazo, amarrada en manojos de nueve plumas cada uno; y luego después, cuando el bote del Beagle desembarcó con el comandante Stokes y otros, él fue a su encuentro; pero encontrándolos desconocidos, se alejó sin hacerles ningún regalo.