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Feb. 1827.
NATIVOS FUEGUINOS

lobo de mar rancio, y grasa de ballena, etc. Cuando estuvieron a bordo de mi buque, comían y bebían vorazmente todo lo que se les ofrecía, carne salada, cerdo salado, carne conservada, budín, sopa de guisantes, té, café, vino, o aguardiente – nada les parecía mal. Un pequeño ejemplo, sin embargo, ocurrió, lo cual mostrará lo que prefieren. Cuando desembarcaban, se les dio un pedazo de sebo, del empleado para colocar en la plomada del escandallo, y lo recibieron con particular placer. Fue escrupulosamente dividido, y puesto en los pequeños cestos que hacen de junco, para comerlos después, como la mejor golosina.

“A sus viviendas se les ha dado, en varios libros de viajes, los nombres de cabañas, wigwams, etc. ; pero, respecto a su estructura, creo que el viejo término dado a ellas por Sir John Narborough expresa la mejor idea para un lector inglés, él los llamó “pérgolas”. Están formadas por un par de docenas de ramas, puntiagudas en su extremo más grande, y clavadas en el suelo en un espacio circular o elíptico, de unos diez a seis pies; los extremos superiores se juntan y se aseguran con atadores de hierba, sobre la cual se lanzan una paja de hierba y pieles de lobo de mar, se ha dejado un agujero en el costado como puerta, y otro en la parte superior para la salida del humo. Una fogata es mantenida encendida dentro, sobre la cual los nativos están permanentemente encogidos, por eso, cuando son vistos a bordo, en lugar de parecer ser salvajes resistentes, habituados a la humedad y al frío, uno ve criaturas miserables tiritando con cada brisa. Nunca había conocido gente tan sensible al frío como estos indios fueguinos.

“No tuvimos oportunidad de descubrir la naturaleza de sus lazos familiares; su manera hacia los niños es cariñosa y mimosa. A menudo fui testigo de la ternura con que trataban de calmar el susto que nuestra presencia al comienzo les ocasionaba, y el placer que mostraban cuando les otorgábamos a los más pequeños cualquier baratija insignificante. Parece que permiten a sus niños poseer bienes, y le consultan sus pequeños caprichos y deseos, respecto a su traspaso; estando atracados en un bote a una de sus canoas, negociando sobre varios artículos, lanzas, flechas, canastos, etc. , me sentí atraído por un perro que estaba echado cerca de una de las mujeres, y ofrecí un precio por él, uno de mis marineros, suponiendo que el trato había concluido, puso