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Feb. 1827.
CANAL MAGDALENA.

a no ser que, de hecho, comercien con los indios patagones; pera tal es la pobreza de los fueguinos, que apenas pueden poseer alguna cosa de valor suficiente para intercambiar por los bienes de sus vecinos del norte, a no ser que sea la pirita de hierro, que creo que no se encuentra en el territorio abierto de los indios patagones, y, que por lo fácil con que produce chispas de fuego, debe ser un artículo de importancia.

No fue poco interesante la sorpresa que estos nativos mostraron por las cosas que poseíamos, y el efecto producido en sus rostros cuando veían cualquier cosa extraordinaria: su expresión no era de alegría o sorpresa, sino una especie de vacío, estupefacción, mirándose fijamente el uno al otro. Deben haber tenido muchas sospechas de nuestras intenciones, o muy excitados por lo que habían visto durante el día, porque durante toda la noche escuchamos en la orilla las voces de su incesante charla, sólo interrumpida por los ladridos de sus perros.

Mirando hacia la continuación del Magdalena, vimos dos entradas, las cuales, mientras los cerros estuvieron envueltos en la bruma, tenían la apariencia de ser canales. Procedimos a internarnos cierta distancia en la más occidental de las dos, pero encontramos que era solamente un seno, que finalizaba en una tierra alta. La embarcación fue entonces dirigida hacia una empinada masa de tierra de montañas negras, *[1] la cumbre del cual se divide en tres picos, que Sarmiento llamó “El pan de azúcar de los boquerones”. Navegamos hacia el sur, quince millas en este seno, y llegamos a las islas Laberinto; pero al no encontrar un sitio donde fondear, reasumimos nuestro rumbo hacia el fondo de lo que creíamos que era otro seno, que terminaba en las montañas. Al mediodía, el punto más alejado, en la costa oeste, que llamamos cabo Turn, estaba a unas tres millas de nosotros, y habríamos descubierto la continuación del canal (como desde entonces ha sido demostrado); pero se levantó una brisa del SO y en corto tiempo sopló tan fuerte que nos obligó a devolvernos. 'Williwaws' y vientos arremolinados nos mantuvieron siete horas bajo el monte Boquerón. Estos chubascos al comienzo fueron alarmantes, pero arriando todas las velas, antes que pasaran, no sufrimos ninguna lesión. A la puesta

  1. * Monte Boquerón.