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Feb. 1827.
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CANAL MAGDALENA.

muy conveniente para una nave pequeña: para nosotros, de verdad, fue un descubrimiento muy bienvenido. El terreno se eleva, en torno a esta caleta, a la altura de dos a tres mil pies. Está cubierto de hayas, canelo, y cerca del agua está adornado con grandes arboledas de quila, calafate, y los arbustos comunes de puerto del Hambre, que crecen tan densamente como para formar una selva casi impenetrable; pero no obstante el carácter pintoresco de sus paisajes, la altura imponente de los cerros, que tapan los rayos del sol durante todo el día, durante la mayor parte del año, lo hacen un lugar sombrío y melancólico.*[1]

Encontramos una familia de fueguinos en el puerto interior. Tres canoas estaban varadas en la playa, pero sus dueños al principio no estuvieron visible. Por fin, después de nuestros repetidos llamados “ho say, ho say”, aparecieron, y, más bien a regañadientes, nos invitaron, por señas, a desembarcar. Parecía que eran catorce o quince personas, y siete u ocho perros. El Sr. Wickham y el Sr. Tarn fueron a tierra donde estos nativos, que mostraron cierta timidez, hasta que una horrible mujer anciana comenzó a charlar, y pronto nos hicieron entender que los jóvenes (La-a-pas) estaban ausentes en una expedición de caza, pero que esperaban que regresaran en cualquier momento. Había sólo tres hombres con las mujeres y los niños. Para inspirarles confianza en nuestras buenas intenciones, el Sr. Wickham le dio a cada hombre una gorra roja, y algunas otras baratijas. Uno de ellos se quejó de que estaba enfermo, pero más bien creo que su enfermedad era fingida, y a los otros parecía que no les gustaba para nada nuestra visita. Poco a poco sus temores disminuyeron, y, una vez dejado de lado sus temores, un activo comercio comenzó; en el que varias pieles de nutria, collares de conchas, lanzas, y otras baratijas, se obtuvieron de ellos a cambio de cuentas, botones, medallas, etc. Las nutrias son cazadas con la ayuda de los perros, por lo cual, principalmente, estos últimos son tan valiosos.

Esta gente estaba vestida ligeramente con pieles de lobo y nutria, pero algunos tenían pedazos de mantas de guanaco sobre sus hombros, por lo cual supusimos que ellos o pertenecían a la misma tribu, o estaban en paz, con los indios del seno Almirantazgo,

  1. * "sub rupe cavatâ … Arboribus clausam circum atque horrentibus umbris."