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86 EL PADRINO

distraído 4 Margarita haciéndole descuidar á su hija sino que (circunstancia que todo ignoraban) los fósforos eran suyos. Se le habían caído del bolsillo al sacar el pañuelo y Cecilia, muy contenta con tener un juguete que siempre le era negado, se había apode- rado de ellos. Su travesura infantil le ins- piró la idea de encenderlos, y asi lo hizo, hasta que uno prendió fuego á su ligero ves- tidito de muselina.

Aparte de esto otro motivo hacía difícil la situación de Eduardo: nada había dicho aún á Margarita de la muerte de Juana. En su egoísta y amoroso delirio, había querido ante todo, aprovechar aquella triste ocasión, que jamás volvería á presentársele, para desahogar su alma oprimida, durante tantos años por un amor sin esperanza.

¿Pensaba Eduardo, al encargarse de lle- var la noticia de la muerte de Juana, turbar con sus amorosas palabras la tranquilidad de Margarita? Le hemos oído asegurar que no y en su interior afirmaba esto mismo. De- cíase que una vez en presencia de la mujer querida, su amor había sido más fuerte que su voluntad... ¡había sufrido tanto!... Pero yo no me atrevería á afirmar que no fué un amoroso impulso que llevó á Eduardo á la quinta, en aquellos momentos que sabía muy bien, le sería fácil ver y hablar á Margarita