84 EL PADRINO
—(¡Está muerta, mi pobre hija, mi hija que- rida! —decía cubriendo de delirantes besos el pálido rostro de la niñita que las llamas no habían tocado
—No, Margarita, está desmayada solamente, murmuraba Eduardo, tratando de calmarla. Ven, vamos á llevarla á su cama.
Y el joven, con Cecilia en brazos, se diri- gió á las habitaciones, seguido de la afligida madre.
Las sirvientas, que habían acudido á los gri- tos, se miraban aturdidas y consternadas sin comprender como había ocurrido aquella des- gracia.
Una caja de fósforos, hallada en el lugar donde había estado jugando Cecilia, aclaraba algo el doloroso suceso; pero lo que resul- taba inexplicable era cómo se había apode- rado Cecilia de una cosa, que estaba siempre fuera del alcance de sus traviesas manecitas.
XII
¡POBRE MARGARITA!
Margarita y Eduardo, examinaron con las mayores precauciones á la niña y vieron que tenía quemaduras, al parecer de considera- ción, en distintas partes del cuerpo.