74 EL PADRINO
yo quiero es que cuide de su casa y de su hija; con eso tiene bastante para entrete- nerse.
La joven aludida se sonrojó con aquella grosería y no acertó á responder; la señora de Gómez miró á su hija, que contenía con trabajo lágrimas de vergúenza y de ira, y quizás por vez primera sintió un agudo re- mordimiento. Los demás experimentaron una especie de malestar; pero sólo Juana inter- vino en favor de Margarita, diciendo á su padre con la autoridad de hija mimada, que solía emplear con él:
—¡ Vamos, papá! Lo que es á ti, no hay medio de contentarte. ¿Qué mal hay en que la pobre Margarita lea un buen libro, para distraerse un rato?
No por eso va á descuidar sus obligacio-
nes... — ¡Sí! ¡sí! No me extraña que la defien- das, porque á ti te gusta mucho todo eso y bastante tenía yo que « predicar » cuando es- tabas á mi lado.
—En cambio, ahora, mi esposo no me re- prende jamás -- contestó Juana con dulce gra- vedad, como si quisiera dar un consejo á su padre.
Héctor y Eduardo, que Jlegaban en aquel momento, hicieron variar la conversación. Ambos habían escuchado sin ser vistos el