70 EL PADRINO
mismo don Pedro, encantado del realce que aquella flor daba á la belleza de su Margarita.
De una sola mirada abarcó Eduardo todos estos detalles; ahogó un profundo suspiro y tomando á su ahijada de la mano, se enca- minó por una calle de árboles, profundamente pensativo.
Cecilia muy contenta, empezó á charlar en su media lengua infantil; pero al ver que el joven no le hacía caso, le preguntó de pronto:
— ¿Estás enojado conmigo. padrino ?
— No; mi hijita ¿por qué lo había de estar?
— Entonces ¿por qué no me contestas ?
— No te había oido, Cecilia.
— Mamita no me llama Cecilia.
—¿Y cómo te llama?
— China.
— A la verdad, — dijo él sentándose en un banco rústico y sentando á la niña á su lado — que el sobrenombre no puede ser más apro- piado. ¡ Pobrecita !-—- continuó para sí—á ve- ces me parece quererla y á veces la odio cuanto puede odiarse una criatura humana.
Si no fuera por Cecilia, quizá Margarita abandonaría á ese hombre, que harto revela su rostro lo que la hace sufrir; quizás escu- chara la voz de mi amor y consintiera en- huir conmigo á cualquier rincón del mundo, aunque fuera para morir los dos allí.