52 EL PADRINO
garita al oirlo se puso pálida como la muerte y se desprendió bruscamente de los brazos de la joven.
— ¡No sabes lo qué dices! ¡ni el mal que haces! Eres una niña aturdida, Julieta.
La joven unió sus manos con adorable ademán de arrepentimiento y murmuró:
— ¡Perdóname!
— Sí, te perdono; — murmuró Margarita, besándola -- pero no vuelvas á hacerlo. ¡ Me has causado mucho daño!
Ambas guardaron silencio unos instantes; la señora de Real, muy conmovida, parecía luchar con sus recuerdos. Julieta la miraba con tristeza y ternura comprendiendo mejor que nunca, cuanta abnegación se encerraba en el alma de su hermana.
Julieta fué la primera en hablar; deseosa de reparar su'imprudencia, cambiando el giro de las ideas de Margarita, le dijo:
— Ahora que pienso... ¿cómo vas á feste- jar el cumpleaños de Cecilia, ya tan cercano? Podías dar un baile...
— ¡Sí! Háblale á Pedro de bailes y verás cómo se pone.
— Sí yo se lo pido, tal vez no me diga que no.
— Pero después se enojará conmigo.
—Entonces no le digo nada.
— Al contrario, háblale.