DE CECILIA 43
jor que así fuera, no pudo reprimir un invo- luntario suspiro de tristeza. Sin embargo, una vez perdida aquella esperanza «apenas bosquejada en su alma, pensó con menos amargura en su próximo casamiento, ha- ciendo lo posible por ver el lado bueno de la nueva y brillante posición que la esperaba.
Así se pasaron seis meses. Efectuóse el casamiento de Juanita Real con un distin- guido abogado llamado Héctor del Valle, y llegó el día fijado para el enlace de don Pe- dro y Margarita.
Eduardo, como sobrino y protegido del no- vio, no podía eximirse de asistir, sin que se extrañaran de tal conducta. Preparóse, pues, á sufrir el más cruel de los martirios, asis- tiendo por lo menos á las ceremonias civil y religiosa y pensando excusarse como pudiera de hacer acto de presencia en la reunión ín- tima que debía seguirlas.
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LA BODA DE UN HOMBRE RICO
Eduardo se fué solo y muy temprano al templo, donde debía celebrarse la parte reli- giosa del casamiento de su tío con Margarita Gómez.