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DE CECILIA 33

der representar su papel hasta el fin, se des- pidió casi en seguida de comer, pretextando que sus estudios se lo exigían,

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CORAZÓN DESTROZADO

Cuando el joven salió, la lluvia había ce- sado por completo; un viento bastante fuerte había barrido las nubes, y el cielo se mos- traba despejado y sereno.

No había luna; pero en cambio las estre- llas brillaban en todo su fulgor.

Eduardo echó á andar á la ventura; las sienes le batían dolorosamente y sentía ne- cesidad de que el aire fresco despejara su ardoroso cerebro.

—d¿Iré á verla? — pensaba. —¡ Para qué...! Para oir de sus labios que se casa, que pre fiere una vida helada en medio del lujo á la inmensa ternura que mi corazón siente por ella... Porque es imposible que no haya comprendido cuanto la quiero. ¡Mujer y basta | — concluyó dispuesto aquella noche á juzgar muy mal á todo el sexo.

Entre estas y otras reflexiones, caminó al- gunas cuadras hacia el centro y se encontró en la plaza Independencia.