DE CECILIA 31
dirme que calle y yo pienso contarle á papá lo qué pasa.
— ¡De ninguna manera! Yo no me perdo- naría jamás el haberme interpuesto entre la dicha de mi bienhechor y la de Margarita, puesto que si esta se casa es por su gusto y porque espera ser feliz. Así, pues, mi buena Juanita, si no me prometes callar lo que te dije, tal vez en un momento de alucinació.1 me arrepentiré toda la vida de haber confiado en ti y dejaré de considerarte como la fiel amiga para quien mi corazón no tenía se- cretos.
—¡Oh! No dices eso seriamente.
—Puedes creer que nunca te he hablado con más seriedad. Con que, mi buena amiga, prométeme callar.
—Puesto que así lo quieres te lo prometo, pero ¿por qué te empeñas en ser desgra- ciado >
— Eso es cuanta mía. Además no siento por Margarita la pasión que tú supones. Ha sido una ilusión de muchacho que pronto ol- vidaré. Ahora dejemos esto y dime qué re- sultado tendrá para ti el casamiento de tu padre. :
— ¿Qué quieres que te diga? Si me opu- siera se casaría lo mismo, pues, aunque me quiere mucho, su voluntad, ni yo ni nadie conseguiríamos torcerla.