30 EL PADRINO
baile, ni ha tenido amoríos que le trastornen la cabeza.
Los jóvenes guardaron silencio y don Pe- dro, incomodado porque no le gustaba que desaprobaran sus actos, se levantó para en- cender el gas y luego se puso á leer un pe- riódico.
Juanita se volvió á su primo que estaba callado y sombrío.
—¡Pobre Eduardo !— murmuró.
— ¿Por qué me compadeces ? — preguntó el joven bruscamente.
-—- Acaso olvidas que entre nosotros no hay secretos y que yo sé los sueños de tu cora- zón como tú sabes los del mío? ¿Olvidas que hace casi un año me confesaste que estabas enamorado de Margarita ?
—Eran ideas de niño; olvida Juanita, esas locuras que te dije.
Juana movió su linda cabecita.
—Es inútil que trates de engañarme! Si tu rostro revela lo que estás sufriendo...!
En efecto, ahora que la luz inundaba la sala podía notarse la palidez de Eduardo y que sus labios descoloridos y trémulos, se crispaban con un movimiento nervioso. A la observación de su prima contestó:
— Bueno, aunque así sea, vas á prometerme una cosa.
—No te prometo nada porque vas á pe-