DE CECILIA 29
chos. Pues no, señores; mi novia es muy jo- ven y muy bonita.
— Pero ¿quién podría ser?-- mumuró Jua: nita llena de curiosidad.
| Yo me doy por vencido — dijo Eduardo,
— ¡Es Margarita !
La arrogancia con que don Pedro pronun- ció este nombre contrastó pederosamente con el acento lleno de ansiedad con que pre- guntó Eduardo.
— ¿Qué Margarita >
— Gómez... ¿cuál iba á ser?
— ¡Ah!... exclamó Juana con acento indefi- nible y fijando la vista en su primo; este se había puesto pálido como la muerte; pero afortunadamente la casi oscuridad qne rei- naba en la salita no permitió notar su pali- dez.
— Y bien ¿qué les parece? preguntó don Pedro sorprendido del silencio en que ha- bían quedado sus interlocutores.
— Me parece muy bien — dijo Eduardo fría- mente, como si las palabras saliesan con di- ficultad de sus labios.
—A mí, no, — dijo Juana, —es demasiado joven para ti. Puede ser tu hija.
—|¡No importa! Cuanto más joven menos malas mañas tendrá. Me gusta porque es la- boriosa y modesta, porque no ha de ser amiga de diversiones, ni ha ido de baile en