26 EL PADRINO
y modales exquisitos. En cuanto á su fiso- nomía, nada más lindo y vivaz: era rubia, blanca. sonrosada, con ojos de un azul su- bido, que parecían despedir chispas, y á los que daban sombra rizadas pestañas de un tono más oscuro que el cabello, que en bri- llantes ondulalaciones adornaba su pequeña é inteligente cabeza.
Eduardo, su primo por parte de madre, era parecido á ella, en lo que puede parecerse la varonil hermosura del hombre, á las delica- das facciones de una mujer. Era alto, rubio, distinguido y espiritual; uno de esos hom-
bres que, simpáticos á primera vista, ejercen poderosa atracción á poco de haberlos tra- tado. Conocíase que á pesar del empeño que ponía, en aquellos momentos, para aten- der á la conversación, bastante monótona, de don Pedro, se distraía con frecuencia, ya fuera por los acordes del piano ó porque su pensamiento estaba en otra parte.
Cuando Juanita acabó de tocar, su primo la felicitó calurosamente. Ella le dió las gracias, y levantándose, fué á ocupar un si- tio al lado de su padre, á quien acarició la barba con zalamería.
El viudo, algo distraído desde hacía unos instantes, no contestó á las caricias de su hija; cosa muy rara en él, pues Juanita era su ídolo. Miróla un momento como vacilando,