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DE CECILIA 127
—¿Yo?—contestó Margarita, con cierta coquetería. —¡no señor! Yo lo recuerdo á veces;-—y como Héctor la mirara inquieto, agregó con adorable sonrisa --pero es para poder apreciar mejor mi felicidad presente.
Héctor la estrechó entre sus brazos y la besó con pasión; disipóse la ligera nubecilla de los celos y volvió á brillar, en el cielo de sus almas, el sol de la felicidad.