126 EL PADRINO
á asistir con Lina y pensaba con cierta emo- ción en el momento en que volvería á ver á Margarita.
Cuando se halló en su presencia no pudo menos de notar como su corazón latía más aprisa que de ordinario; Margarita en cam- bio permaneció perfectamente tranquila y acogió con las mayores muestras de simpa- tía á la esposa de Eduardo, encontrándola encantadora con sus rubios cabellos, sus gran- des ojos azules y su delicada palidez.
Lina por su parte, habló con entusiasmo á Eduardo de la espléndida belleza de Mar- garita, que los años, en vez de disminuir pa- recían aumentar; pero ni por un instante imaginó que aquella belleza fué, en un tiempo, objeto de la adoración de su marido.
— Y bien, ¿qué te ha dicho Eduardo ?— preguntó Héctor á su esposa, una vez solos, después de terminada la fiesta.
— Hemos hablado como dos buenos amigos de ti, de su esposa y de nuestros hijos. En- contró muy linda á Cecilia y me confesó riendo que hoy la ha besado por primera vez de corazón.
—HEntonces ¿no recuerda el pasado ?
—Es demasiado feliz para eso.
—Y tú, —agregó Héctor sintiendo por vez primera en su corazón algo muy parecido á los celos, — ¿lo has olvidado también?...