DE CECILIA 117
pero que una pena la mataría en poco tiempo. ¿Quiere ser usted el salvador de mi hija? ¿quiere usted llamarse hijo mío?... »
El pobre anciano casi lloraba al decirme esto, Yo, por un momento, no supe qué con- testar; «ella », la otra, pasó como un relám- pago por mi imaginación; pero ¿podía cuu- sar la muerte de Lina y la desesperación de sus padres, que me habían colmado de bene- ficios?... Sin embargo, pensé que debía ser franco y decidí confiarme á la experiencia del anciano.
Menos el nombre de la mujer amada, se lo revelé todo y al terminar le dije: « Quiero tiernamente á Lina como á una amiga, como á una hermana, pero con este solo cariño temo no hacerla completamente feliz; ¿quiere usted darme tiempo para acostumbrarme á mirarla como futura esposa? ¿quiere ayu- darme á vencer mi imposible amor, con el de ese ángel, que es su hija ?... »
El anciano muy conmovido me abrazó: «Es usted leal» me dijo. «¡Sí! trate de ven- cer esa pasión que, (no crea me llevan fines egoístas) no puede proporcionarle más que sinsabores. Entre tanto siga siendo para Lina lo que hasta aquí; la pobrecita ignora este paso. En su inexperiencia, se cree amada y... siempre será demasiado pronto para desen- gañarla ».