DE CECILIA 111
generoso arranque — nada tengo que perdo- narte y sí, mucho que agracecer por tus be- neficios. No morirás; vivirás para nuestra hija y para mí. ¿Dices que has sido malo? Yo también lo he sido por no saber que- rerte ni hacerte feliz; pero no importa: todo ha pasado. ¡Ah! si siempre me hubieras ha- blado así nuestra vida hubiera sido otra! Desde hoy la emprederemos nuevamente, te querré mucho y seremos dichosos al fin!
El enfermo la escuchaba extasiado; una luz sobrenatural animaba sus negros ojos. Su rostro, transfigurado por uua dicha inefa- ble estaba casi hermoso... Con voz que los sollozos ahogaban murmuró:
-—¡Gracias, mi Margarita, gracias! Eres buena, muy buena; pero yo no alcanzaré ni merezco esa dicha que me ofreces. Pronto quedarás libre y entonces trata de ser feliz, cásate de nuevo; en ese otro mundo de que tanto me has hablado no tendré celos...
Margarita depositó un beso en la frente de su marido y le dijo muy conmovida:
—Deja esas tristes ideas, mi pobre Pedro. Dios te concederá la vida y yo se lo pido de todo corazón. Ahora duerme, estas emocio- nes te hacen daño.
Dócil como un niño él cerro los ojos y muy pronto su débil respiración anunció á Margarita que dormía, entonces la joven se