104 EL PADRINO
cuanta dicha perdiera el día que, aconsejada por su abnegación, unió su suerte á la de don Pedro.
La señora de Real se consagró por com- pleto á su hija, ¡único rayo de luz que ilumi- naba su existencial Dirigía sus primeros es- tudios, tomaba parte en sus juegos y trataba por todos los medios posibles de desarrollar en aquel tierno corazón los gérmenes de la virtud.
En tan dulces tareas encontraba la compen- sación de su largo infortunio; pero no pocas veces la inocente Cecilia fué causa de desa- venencias en aquel desdichado matrimonio. Rea!, celoso de todo afecto, llegó á amenazar á la joven con separarla de su hijita, porque «la quería más que á él» pero, ya fuera ame- naza vana Óó temor, jamás lo hizo. Bien es verdad que Margarita defendió como una leona sus derechos de madre y aseguró á su marido que lo abandonaría si llegaba á pri- varla de la dicha de poder educar á su hija.
Para poner un sello á tantos sinsabores, la salud de don Pedro se resintió y su carácter, ya agrio de por sí, se tornó insoportable.
Por mucho tiempo nadie sospechó la gra- vedad del mal que le aquejaba, pues rudo hasta para sí mismo, no concedió importancia á su enfermedad ni consultó á los médicos, en los que no creía, ni comunicó á su familia sus padecimientos.