98 EL PADRINO
que soy un necio al dejarla, sin lucha, en manos de su dueño y verdugo... me pre- gunto si no hubiera conseguido, al fin, que me acompañara para ir á esconder nuestro amor en alguna playa extranjera, pero hos- pitalaria!...
—«¿Conoces tan mal á la mujer que amas para creerla capaz de faltar á todos sus de- beres por seguirte? ¿Piensas que un alma tan pura como la de Margarita podría resistir el peso de un amor culpable?
¡Ah, Eduardo! Da gracias al cielo que no te haya concedido el triste triunfo de seducir á esa noble y virtuosa criatura, pues tu ma- yor castigo hubiera sido verla morir de dolor y de vergilenza junto á ti
——¡Tienes razón! Reconozco que soy un verdadero insensato al expresarme de esa manera; pero sufro tanto que mis palabras no tienen valor alguno. Debo dejarla tran- quila, que me olvide y sea feliz con su hija, con la hija del otro... Le sacrifico todo mi amor, la patria, los amigos... y quizás, den- tro de algunos meses, no existirá en su alma ni el más leve recuerdo para el pobre des- terrado! ¡Noimporta! Deber cumplido, alma satisfecha ¿no es así?
Toma, — agregó buscando en su cartera una carta y entregándola á Héctor—aquí va mi último adios. Prométeme que la harás llegar á sus manos...