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Tenochtitlán fueron infectados. Enfermos, sin agua, sin comida y traicionados por los pueblos sojuzgados, los aztecas no tuvieron más remedio que esperar su muerte de manera estoica y con gran dignidad.

“Cuando (...) aun no contra nosotros se preparaban los españoles,
primero se difundió entre nosotros una gran peste (...)
sobre nosotros se extendió: gran destructora de gente.
Algunos bien los tapó,
por todas partes de su cuerpo se extendió.
En la cara, en la cabeza, en el pecho, etc.”.

“Era muy destructora enfermedad.
Muchas gentes murieron de ella.
Ya nadie podía andar, no más estaban acostados,
Tendidos en su cama.
No podía nadie moverse,
no podía nadie volver el cuello,
no podía hacer movimiento de cuerpo;
no podía acostarse cara abajo,
ni acostarse sobre la espalda,
ni moverse de un lado a otro.
Y cuando se movían, daban de gritos (...)”

Muchos murieron por ella,
Pero muchos solamente de hambre murieron:
Hubo muertos por el hambre:
Ya nadie tenía cuidado de nadie,
Nadie de otros se preocupaba (...)”
Fray Bernardino de Sahagún.

Cuitláhuac, el nuevo Tlatoani que había nombrado el Tlatócan para sustituir a Moctezuma, murió de viruela y fue nombrado

en su lugar Cuauhtémoc, el águila que desciende.

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