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E. BLASCO.

Hay que considerarle, pues, no como aficionado á cuadros, ni como coleccionador de cachivaches, sino como banquero.

Dicen, y creo que la voz del pueblo no se engaña, que le inspira su esposa, y que por eso ha llegado á ser lo que es.

Es, en efecto, mujer extraordinaria, á ninguna otra parecida, dotada de todas las grandes condiciones para llegar á cuanto se proponga. En la política, en los negocios, en cuanto puso mano, logró siempre vencer. Sabe ser rica, porque es espléndida y es caritativa. Sus bailes eclipsan á los de la nobleza rancia; pero si el pueblo comenta estas grandes fiestas, donde el vino del Rhin corre á grandes mares, y las trufas colosales ruedan por el suelo como en un festín de Cleopatra, en cambio admira la obra piadosa y colosal llevada á cabo por la Duquesa, fundando un hospital de niños donde el obrero puede ver cuidados y asistidos los hijos de su alma mejor que en el seno de la familia. Esto inmortaliza á una mujer, y esta mujer es digna de la estimación general.

Hay, pues, en esta española excepcional, representante de la riqueza moderna en nuestro país, algo que se refleja en las grandes empresas de su marido, el cual, con todos sus defectos de vulgaridad y de ignorancia, no deja por eso de ser una necesidad de la vida moderna. ¿Qué serían los Gobiernos, las grandes industrias, las artes y el comercio, sin estos monstruos del