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E. BLASCO.
Gran empeño tuve de escribir una semblanza suya para comenzar con ella un tomo.
— Hablemos antes de eso.
— Hablemos cuanto quieras.
— ¿Vas á pintarme como soy?
— Sí.
— ¿Con todos mis defectos?
— Sin duda.
— Pues espérate á que me muera, porque entonces los defectos parecerán muy bien.
Le he cumplido la palabra. ¡Oh tierno amigo de mi alma! Descansa en paz; en mi memoria vives.