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E. BLASCO.

Florentino me dijo al oído:

— ¡Dales comedias delicadas á éstos!

Era ocurrentísimo en la conversación, y se distinguía por un buen gusto literario exquisito.

Cuando aparecieron las Rimas de Becquer, las impuso al Casino, que era su verdadera casa y hogar, á fuerza de repetirlas. Tenía muchos puntos de contacto con el poeta á quien celebraba. Era, como él, obscuro, soñador, independiente y desgraciado.

Le encantaba la vida misteriosa. Se había propuesto no dar versos al público, pero hacía composiciones á un sin fin de cursis adoradas, como llamaba él á las mujeres que conocía por ahí en cafés apartados del centro, en teatros de tercer orden, en los paseos solitarios, en las iglesias más lejanas.

— Hay mucha delicadeza oculta - me decía. — Mujeres á quienes nadie conoce, y que si llevaran un título y tuvieran un coche pasarían por modelos de esprit, porque el mundo es así y el vulgo llena las dos terceras partes del globo.

Era un hombre que nunca necesitaba más que un duro. Su constante hastío parece reflejarse en aquellos versos del personaje de su drama:

Cansado estoy de cansarme
Y aburrido de aburrirme;
¡Necios! venid á enseñarme
Cómo debo de arreglarme
Para poder divertirme!